Hace ya algo más de un mes que empezó nuestro
confinamiento. Aunque pasa el tiempo muchas veces a lo largo del día aún
seguimos sin creérnoslo, aunque pasa el tiempo muchas veces a lo largo del día
aún seguimos lamentando todo lo que hemos perdido.
Esta mañana en uno de esos programas en los que
invitan a los escuchantes a participar nos preguntaban qué habíamos descubierto
durante este tiempo. Me sorprendió la intervención de una escuchante que
afirmaba que había descubierto su casa. Se trataba de una señora muy
acostumbrada a viajar, según afirmó ella misma, que ahora, después de mucho
tiempo, podía estar en su casa disfrutándola sin fecha fija para volver a
abandonarla.
Los primeros días del confinamiento nuestras casas
dejaron de ser lo que siempre habían sido para convertirse en nuestras
prisiones, pero muy pronto, cuando fuimos conscientes de la gravedad de lo que
estaba sucediendo, empezamos a verlas como nuestro refugio y ahora,
transcurrido todo este tiempo, han llegado a ser para muchos de nosotros
nuestro paraíso, un paraíso con muchos rincones en los que perdernos.
Para algunos este paraíso se localiza en la cocina.
Esta es la crisis de la que la mayoría de nosotros saldremos con algunos kilos
de más, y no solo porque llevemos una vida más sedentaria y comamos más, sino
porque es una comida diferente, hecha con más tiempo, sin prisas, con mimo, hecha
por uno mismo y la mayor parte de las veces en compañía, que es como las cosas se
disfrutan más y saben mejor.
Uno de estos viernes el paraíso de muchos españoles
estuvo en el salón de nuestras casas. Se estrenaba la nueva temporada de “La
casa de papel”. Mientras millones de españoles estaban sentados delante de sus
televisores, los servidores que hacen posible el milagro de Internet estuvieron
a punto de colapsar ante la gran demanda, y eso a pesar de que somos uno de los
primeros países del mundo en fibra óptica, superando a países como Alemania,
Italia, Francia y Reino Unido, no de manera individual, sino de manera conjunta.
Para algunos el paraíso también se encuentra en ese
cuarto de los líos que suele haber en las casas en el que se guardan muchas cosas y en el que también tiene su sitio algún objeto querido. Su paraíso en este caso viene
de la mano de ese bajo que tocan una y otra vez, siempre desenchufado porque
los vecinos también existen, o del ordenador que les ha permitido retomar sus
estudios de inglés o iniciar la aventura del italiano, o de la mano de muchas
otras pasiones que estaban un poco olvidadas, pero que ahora un ERTE, palabra
que muchos tampoco conocíamos, como la de CORONA VIRUS, y a la que todos
tememos, como la de CORONA VIRUS, ha
puesto de actualidad al acabar con su gran pasión, su trabajo.
Pero no solo son nuestro refugio, nuestro paraíso
particular, los distintos rincones de la casa. Hay también estos días alguna
mecedora sorprendida de este verano adelantado en el que ya hemos leído algunos
de los libros que teníamos reservados para las aún lejanas vacaciones, o camas alteradas por estos
cambios de horario.
Cada uno tiene su paraíso particular, el mío es mi
terraza, el lugar donde teletrabajo (otra palabra poco conocida) y el lugar
donde he descubierto al jardinero que nunca fui. Tal vez ha sido por el
confinamiento, tal vez de la mano de este vídeo que ha evocado en mí tantos
recuerdos relacionados con mi propia infancia o con la de mis hijos, o tal vez
sea que aún me sigo fascinando con esas pequeñas cosas de la vida, con lo que
para mí sigue suponiendo un misterio y, sin duda, un milagro. Y es que la vida,
aún en esos pequeños frascos e incluso en un corcho, sigue abriéndose camino.