miércoles, 15 de diciembre de 2010

ENRIQUE MORENTE, ADIÓS A UN REBELDE

Rebelde de nacimiento, esta característica siempre ha sido la marca de la casa de Enrique Morente. "Cuando cantas, tienes que cantar con verdad", afirmaba rotundo el maestro. "La rebeldía no es una agresión, es simplemente la libertad de ser honesto con lo que llevas dentro en cada momento".


La aurora de Nueva York

La aurora de Nueva York tiene
cuatro columnas de cieno,
la aurora de Nueva York tiene
cuatro columnas de cieno,
y un huracán de negras palomas
que chapotean las aguas podridas.

La aurora de Nueva York tiene
cuatro columnas de cieno.
La aurora llega y nadie la recibe en su boca
porque no hay mañana ni esperanza posible.
A veces las monedas en enjambres furiosos
taladran y devoran abandonados niños.

La aurora de Nueva York gime
por las inmensas escaleras,
la aurora de Nueva York gime
por las inmensas escaleras,
buscando entre las aristas
nardos de angustia dibujada.

Los primeros que salen comprenden en sus huesos
que no habrá paraíso ni amores deshojados,
saben que van al cieno de números y leyes,
a los juegos sin arte, a sudores sin fruto.

La aurora de Nueva York gime
por las inmensas escaleras,
la aurora de Nueva York gime
por las inmensas escaleras,
buscando entre las aristas
nardos de angustia dibujada.

La luz es sepultada por cadenas y ruidos
en impúdico reto de ciencia sin raíces.
Por los barrios hay gentes que vacilan insomnes
como recién salidas de un naufragio de sangre.

La aurora de Nueva York tiene
cuatro columnas de cieno,
la aurora de Nueva York gime
por las inmensas escaleras.





En sus inicios un viaje por trabajo le llevó a Nueva York, ciudad que le dejó "impactado, no sólo por la cultura de la ciudad sino por la violencia, los asaltos, los conflictos raciales" que en España no existían.

En Omega (1996), disco al que pertenece La Aurora de Nueva York, Morente puso música a los versos de Federico García Lorca y reinterpretó alguna canción de Leonard Cohen. Este disco irritó a los tradicionalistas del flamenco, pero Enrique Morente, una vez comprobado el efecto de su torrencial quejío en el flamenco, necesitaba ver cómo funcionaba en otros entornos. Más allá del resultado, él entendía el riesgo como un premio en sí mismo.

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