sábado, 2 de noviembre de 2013

EL A VECES DIFÍCIL LUGAR DE LOS NUEVOS LECTORES


Últimamente os hemos propuesto la lectura de dos artículos en los que se abordaban temas como “para qué sirve leer hoy en día” de Michel Petit o el oficio de escritor  a partir de las palabras pronunciadas por Antonio Muñoz Molina al recoger el Premio Príncipe de Asturias de las Letras  2013.

Hoy os proponemos que os detengáis a reflexionar sobre los nuevos lectores desde una perspectiva muy curiosa. Para ello recuperamos el artículo “Clandestinos”, publicado por Juan José Millás en el País en el año 2005, una visión que podría parecer algo exagerada, incluso fatalista, pero que quizás sea la realidad de muchos de nuestros jóvenes, probablemente no tanto en la esfera de lo privado, pero tal vez sí en el día a día que deben vivir fuera del refugio que brinda el hogar:



"Un amigo íntimo me pidió que acudiera el sábado por la noche a su casa para mostrarme algo. Al llegar, abrió la puerta con aire de misterio y me hizo pasar sigilosamente a su cuarto de trabajo. Mientras yo curioseaba entre sus libros, él iba de acá para allá, ofreciéndome té, café, whisky, como si le diera miedo entrar en materia. Tras dejar transcurrir un tiempo prudencial, le pregunté si tenía algún problema. Respondió que no estaba seguro y a continuación, colocando el dedo índice sobre los labios, me arrastró al pasillo, desde donde nos dirigimos con movimientos furtivos al salón, cuya puerta estaba entreabierta. Al asomarme, vi a su hijo, de 18 años, instalado en el sofá, leyendo tranquilamente Madame Bovary.

De vuelta a su estudio, me miró con expresión interrogativa. "¿No te parece alarmante?", preguntó. "¿Preferirías que leyera Ana Karenina?",pregunté a mi vez. "Por Dios", gritó, "es sábado por la noche y tiene 18 años; debería estar tomando cervezas con los amigos". No le dije nada, pero lo cierto es que la imagen del joven, devorando aquella obra clásica, me había perturbado. Quizá no fuera un psicópata, pero tampoco se podía negar que le ocurría algo. Se empieza con rarezas de este tipo, que al principio hacen gracia, y se acaba leyendo a Samuel Beckett. "La lectura es buena", le tranquilicé, "en eso está de acuerdo hasta el Ministerio de Cultura". "La lectura", respondió mi amigo, "es buena cuando tus amigos leen, como pasaba en nuestra época. Ahora es un síntoma jodido. Si al menos le diera por El Código Da Vinci, que no hace daño a nadie...".

Me pidió que hablara con su hijo. "Después de todo", añadió, "lo conoces desde que era un niño y te escuchará mejor que a mí". A los pocos días, me hice el encontradizo con el chaval y entramos en un bar. Hablamos de literatura y me pidió algún consejo para abordar la lectura de los clásicos latinos, que se le resistían. Le recomendé una edición bilingüe de la Eneida y me ofrecí para que la comentáramos juntos. Pagó él y, al despedirnos, me guiñó un ojo, diciéndome: "De todo esto, ni una palabra a mi padre, que está muy preocupado conmigo". Así que llevamos dos semanas leyendo clandestinamente a Virgilio. ¿Adónde vamos a llegar?"

Juan José Millás, 
"Clandestinos" El País 2005

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