Premio Nacional de Poesía 1998 y Reina Sofía Iberoamericana 2002, José Antonio Muñoz Rojas fallece a unos días de cumplir el centenario de vida.
Humilde, humanista siempre y discreto con todas sus consecuencias (premios como el Nacional y el Reina Sofía le llegaron a penúltima hora, en 1998 y 2002) Muñoz Rojas, que rechazó ser académico, fue amigo y alumno de los hombres del 27, y compañero de poetas del 36 como Ridruejo y Panero. Escribió y reescribió constantemente («Escribir, que es el andar el alma…», decía), las luces de su vocación las prendió el candil de Antonio Machado, y luego él juntó la nómina de sus camaradas, Moreno Villa, Dámaso, Aleixandre, y los poetas ingleses, Donne, Eliott, tras cuya estela y estudio viajó a Cambridge, donde pasó los años feroces de la Guerra Civil. A la vuelta, una alegría, conocer a su inseparable rosa, Mari Lourdes Bayo, esposa y madre de sus siete hijos («Desde que Marilu se fue, es ir muriendo…», escribiría tras su muerte). Entre poema y poema, muchos de los cuales permanecerán inéditos durante años, pasa largas temporadas en el campo, a cuya contemplación y recreación dedica palabras que suenan renacidas en su verso: alondras y baticolas, nomeolvides y vencejos, Fray Luis entre las manos y aquel olor a retama.
Humilde, humanista siempre y discreto con todas sus consecuencias (premios como el Nacional y el Reina Sofía le llegaron a penúltima hora, en 1998 y 2002) Muñoz Rojas, que rechazó ser académico, fue amigo y alumno de los hombres del 27, y compañero de poetas del 36 como Ridruejo y Panero. Escribió y reescribió constantemente («Escribir, que es el andar el alma…», decía), las luces de su vocación las prendió el candil de Antonio Machado, y luego él juntó la nómina de sus camaradas, Moreno Villa, Dámaso, Aleixandre, y los poetas ingleses, Donne, Eliott, tras cuya estela y estudio viajó a Cambridge, donde pasó los años feroces de la Guerra Civil. A la vuelta, una alegría, conocer a su inseparable rosa, Mari Lourdes Bayo, esposa y madre de sus siete hijos («Desde que Marilu se fue, es ir muriendo…», escribiría tras su muerte). Entre poema y poema, muchos de los cuales permanecerán inéditos durante años, pasa largas temporadas en el campo, a cuya contemplación y recreación dedica palabras que suenan renacidas en su verso: alondras y baticolas, nomeolvides y vencejos, Fray Luis entre las manos y aquel olor a retama.
De vuelta a Madrid, desde 1958 desarrolla una importante labor de mecenazgo. En 1992, la edición definitiva de su obra vive su esplendor gracias a Manuel Borrás y la editorial Pre-Textos, labor que hace un año se veía completada con la publicación de «La alacena olvidada. Obra completa en verso» que recoge títulos imprescindibles como «Ardiente jinete», «Cantos a Rosa» y «Oscuridad adentro».
Poeta de la vida («¡Qué hermoso nacer para esto que nacemos!»), poeta del pan y de la flor («Rosa, mi corazón, mi latifundio…»), del aliento germinal («Ya no sé desear más que la vida…»), poeta de los que no dicen adiós sino hasta pronto («No me hables de nuncas que no existen / sino de siempres nuestros para siempre / o quizá todavías que nos aguardan»"), José Antonio Muñoz Rojas con motivo de sus 100 años de vida fue declarado por la Junta de Andalucía como Autor del Año 2009 junto con Antonio Machado.
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