"Fue a principios de septiembre de 1664 cuando me
enteré, al mismo tiempo que mis vecinos, de que la peste estaba de vuelta en
Holanda…
Es imposible expresar el cambio que se manifestó en
el aspecto mismo de la gente aquel jueves por la mañana, cuando apareció el
boletín semanal. Habría podido advertirse en su actitud que una secreta
sorpresa y una sonrisa de júbilo reinaban en el rostro de cada cual. Quienes un
día antes apenas habrían querido andar por una misma acera se apretaban la mano
en plena calle. En donde las calles no eran demasiado anchas las ventanas se
abrían de par en par y la gente se llamaba de una casa a otra, preguntándose
cómo estaban y si se habían enterado de la declinación de la peste. Algunos se
informaban cuando uno les hablaba de buenas noticias. « ¿Qué noticias?» Y
cuando uno les respondía que la peste se calmaba y que los periódicos señalaban
una disminución de por lo menos dos mil muertos, exclamaban: « ¡Dios sea
loado!» y lloraban a lágrima viva de alegría, diciendo que no habían sabido
nada. Tal fue la dicha del pueblo, que la vida parecía salir de la tumba. En el
exceso de su júbilo la gente hizo tantas cosas extravagantes como las que había
hecho en la angustia de su dolor. Pero así, narrado, aquello se empequeñece,
pierde su valor.
Debo confesar que también yo me había sentido muy
abatido antes, pues el número de los que habían caído enfermos durante la
semana o las dos semanas anteriores, para no hablar de los que habían muerto,
había sido tan elevado, y tantas eran por doquier las lamentaciones, que un
hombre habría parecido actuar contra la razón si tan sólo hubiera aguardado
escapar al azote. Y como en mi vecindad la única casa no infectada era la mía,
corría el rumor de que no pasaría mucho antes de que no quedara nadie sin
contaminar. A decir verdad, apenas puede creerse en la terrible mortandad que
habían hecho las tres últimas semanas; de atenerme a los cálculos de la persona
cuyos informes siempre me parecieron muy bien fundados, hubo no menos de 30.000
muertos y 100.000 personas alcanzadas por la peste. El número de los afectados
era sorprendente; a veces, incluso, aplastante. Aquellos a los que el valor
había sostenido hasta entonces se sintieron desmayar."
Fragmentos correspondientes a la parte inicial y final de
"Diario del año de la peste" de Daniel Defoe