Jorge Semprún ha muerto en París este martes. Tenía 87 años. Con él se pierde para siempre parte de los recuerdos del preso número 44.904, su matrícula en Buchenwald, el campo de concentración alemán en el que vivió deportado entre los 20 y los 22 años. Semprún construyó su obra literaria con los fragmentos de su propia memoria y en ella queda, pues, el recuerdo de los hechos y de los sentimientos de una vida marcada a fuego por todas las barbaries modernas.
Como la propia memoria, la obra de Semprún no funciona como una línea recta sino como una espiral: a veces los mismos episodios se cuentan en distintos libros con intención diversa. Aun así, cabría reconstruir los momentos clave de la vida del escritor leyendo cronológicamente una serie de libros que no fueron escritos respetando ese orden: la adolescencia en el exilio de la Guerra Civil (Adiós, luz de veranos...), la resistencia antinazi y la experiencia de Buchenwald (El largo viaje, Viviré con su nombre, morirá con el mío, Aquel domingo y, sobre todo, La escritura o la vida), la expulsión del Partido Comunista de España (Autobiografía de Federico Sánchez) o el período como ministro de cultura en la segunda legislatura de Felipe González (Federico Sánchez se despide de ustedes).
Con la desaparición de Jorge Semprún se pierde una memoria del siglo. El resto está en su obra. Imborrable. Esos libros, llenos de vida y de amor a la vida, bella o gris, están llenos también de lecturas que alguna vez sirvieron de refugio.
FUENTE: elpais.com
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