Con motivo del estreno de la enésima película protagonizada por Sherlock Holmes nos ha parecido oportuno dedicar esta entrada al famoso detective y su inseparable ayudante el doctor Watson creados por Sir Arthur Conan Doyle en 1887. Ambos personajes son además los protagonistas de diversos largometrajes y telefilms, más de 120 producciones realizadas para cine y televisión, que van desde adaptaciones fieles de las novelas originales, pasando por diversas variantes y parodias.
En 1887, en el Anuario Beeton de Navidad, apareció una historia extraordinaria titulada "Estudio en escarlata". Era la primera obra publicada por Arthur Conan Doyle, un joven médico escocés que vivía modestamente en Portsmouth, Inglaterra, y la primerísima aventura de Sherlock Holmes y el doctor Watson.En la primera página —hoy asombrosamente moderna—, Watson, médico del Ejército, cuenta cómo resultó herido mientras cumplía servicio con las fuerzas británicas en Afganistán. Enviado de vuelta a Inglaterra por incapacidad, necesita alojamiento en Londres, y pronto se encuentra con un excéntrico detective aficionado.Tras su primer encuentro con Holmes se queda estupefacto cuando el detective consigue deducir los pormenores de su vida.
“Tengo echado el ojo a unas habitaciones en la calle Baker que nos vendrían de perlas”, le dice Holmes a Watson. “Espero que no le repugne el olor a tabaco fuerte”.
Y así nació su célebre asociación. En "Estudio en escarlata" aparecen ya todos los ingredientes básicos: el par de solteros alojados en una suite de la calle Baker; el incompetente inspector Lestrade, que necesita el genio del detective aficionado para resolver los casos; la habilidad deductiva de Holmes, y sus vivencias prácticas en los bajos fondos y los barrios pobres de Londres, experiencias que no tenían ni Watson ni Arthur Conan Doyle, quien se crió en Edimburgo, estudió en un internado en Lancashire y apenas conocía Londres cuando empezó su carrera literaria.
Entre tanto, a medida que se iban sucediendo las entregas, los lectores poco a poco iban conociendo más detalles sobre la vida doméstica en el número 221B de la calle Baker y sobre otros personajes, además de la singular pareja.
Pero ¿cuál es el atractivo de Sherlock Holmes? ¿Por qué volvemos una y otra vez a sus historias en los libros, la televisión y las películas, de las cuales la más reciente es Sherlock Holmes, también de Guy Ritchie? Uno de los secretos de la magia de Holmes es la idea de que la inteligencia y el razonamiento pueden resolver las dificultades de la vida. Todos sabemos, sin embargo, que si la inteligencia bastara para solucionar los problemas, el mundo sería gobernado por personas inteligentes, y no por personas tontas aunque bien intencionadas.Doyle escribió sus novelas en una época en que muchos individuos pensantes habían perdido la fe religiosa y depositado su confianza en algo que se definía vagamente como “ciencia”. El “razonamiento deductivo” de Holmes tiene el poder de asombrarnos y entretenernos como lo hace un truco de prestidigitación, pero su magia esclarece algo siempre, a diferencia de la tarea científica, que a menudo sólo descubre más confusión.
Holmes es también ejemplo de una criatura que tiene más vida, energía y poder que su creador. Doyle deseaba escribir novelas históricas al estilo de Walter Scott, pero si bien sus esfuerzos son encomiables, le falta algo: en casi todos los relatos de Holmes hay una tremenda vitalidad, pero esta proviene del propio personaje.Una prueba muy clara de que Holmes tiene vida propia son las numerosas películas basadas en él, sin que el personaje parezca aún haber envejecido, al fin y al cabo, Sherlock Holmes es un oráculo que puede resolver todas nuestras dudas. Como los clientes que subían las escaleras del número 221B de la calle Baker, acudimos a él para comprender la complejidad de nuestra propia vida y encontrar una mente prodigiosa puesta al servicio exclusivo del bien supremo.
En 1887, en el Anuario Beeton de Navidad, apareció una historia extraordinaria titulada "Estudio en escarlata". Era la primera obra publicada por Arthur Conan Doyle, un joven médico escocés que vivía modestamente en Portsmouth, Inglaterra, y la primerísima aventura de Sherlock Holmes y el doctor Watson.En la primera página —hoy asombrosamente moderna—, Watson, médico del Ejército, cuenta cómo resultó herido mientras cumplía servicio con las fuerzas británicas en Afganistán. Enviado de vuelta a Inglaterra por incapacidad, necesita alojamiento en Londres, y pronto se encuentra con un excéntrico detective aficionado.Tras su primer encuentro con Holmes se queda estupefacto cuando el detective consigue deducir los pormenores de su vida.
“Tengo echado el ojo a unas habitaciones en la calle Baker que nos vendrían de perlas”, le dice Holmes a Watson. “Espero que no le repugne el olor a tabaco fuerte”.
Y así nació su célebre asociación. En "Estudio en escarlata" aparecen ya todos los ingredientes básicos: el par de solteros alojados en una suite de la calle Baker; el incompetente inspector Lestrade, que necesita el genio del detective aficionado para resolver los casos; la habilidad deductiva de Holmes, y sus vivencias prácticas en los bajos fondos y los barrios pobres de Londres, experiencias que no tenían ni Watson ni Arthur Conan Doyle, quien se crió en Edimburgo, estudió en un internado en Lancashire y apenas conocía Londres cuando empezó su carrera literaria.
Entre tanto, a medida que se iban sucediendo las entregas, los lectores poco a poco iban conociendo más detalles sobre la vida doméstica en el número 221B de la calle Baker y sobre otros personajes, además de la singular pareja.
Pero ¿cuál es el atractivo de Sherlock Holmes? ¿Por qué volvemos una y otra vez a sus historias en los libros, la televisión y las películas, de las cuales la más reciente es Sherlock Holmes, también de Guy Ritchie? Uno de los secretos de la magia de Holmes es la idea de que la inteligencia y el razonamiento pueden resolver las dificultades de la vida. Todos sabemos, sin embargo, que si la inteligencia bastara para solucionar los problemas, el mundo sería gobernado por personas inteligentes, y no por personas tontas aunque bien intencionadas.Doyle escribió sus novelas en una época en que muchos individuos pensantes habían perdido la fe religiosa y depositado su confianza en algo que se definía vagamente como “ciencia”. El “razonamiento deductivo” de Holmes tiene el poder de asombrarnos y entretenernos como lo hace un truco de prestidigitación, pero su magia esclarece algo siempre, a diferencia de la tarea científica, que a menudo sólo descubre más confusión.
Holmes es también ejemplo de una criatura que tiene más vida, energía y poder que su creador. Doyle deseaba escribir novelas históricas al estilo de Walter Scott, pero si bien sus esfuerzos son encomiables, le falta algo: en casi todos los relatos de Holmes hay una tremenda vitalidad, pero esta proviene del propio personaje.Una prueba muy clara de que Holmes tiene vida propia son las numerosas películas basadas en él, sin que el personaje parezca aún haber envejecido, al fin y al cabo, Sherlock Holmes es un oráculo que puede resolver todas nuestras dudas. Como los clientes que subían las escaleras del número 221B de la calle Baker, acudimos a él para comprender la complejidad de nuestra propia vida y encontrar una mente prodigiosa puesta al servicio exclusivo del bien supremo.
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