Cartel anunciador de ‘Oro’, la película de Agustín Díaz Yanes, que hoy llega a los cines. / Sony Pictures |
Agustín Díaz Yanes y Arturo
Pérez-Reverte vuelven a colaborar para dar vida a "Oro" , la película que hoy se
estrena.
Oro trata de la selva, de eso y del choque de dos mundos: el
Nuevo y el Viejo. Un grupo de hombres parte camino de una ciudad construida
precisamente con el material que da forma a los sueños. A cualquiera de ellos.
Cuando partan los desesperados (entre ellos
andaluces, extremeños, castellanos, navarros y hasta algún que otro aragonés), pronto se darán cuenta de que están solos. En el más radical
de los sentidos. Se odian, la naturaleza de la selva les devora y el nuevo
virrey los quiere muertos. Apurando, se podría ver hasta una bonita metáfora de la misma España siempre
extraviada, siempre hambrienta de su propia inquina.
Decíamos
que a Agustín Díaz Yanes y a Arturo Pérez-Reverte les ha vuelto a unir Oro (antes lo hizo Alatriste, 2006),
que no es más que una película del primero basada sobre un texto inédito del
segundo. Oro no es más que una
historia perdida en la selva amazónica del siglo XVI, cuando
los hombres, los españoles de nombre Pérez y Díaz para
ser más precisos, se imaginaron gigantes. «Mi idea cuando escribí el relato»,
comienza Reverte, «era contar por
qué ocurrió lo que ocurrió, quiénes eran esos tipos que hicieron lo que
hicieron en América. Era gente dura de una tierra dura, desesperada,
sin nada que perder y todo por ganar. El Nuevo Mundo era la oportunidad de irse
lejos con las manos vacías y volver convertidos en hidalgos a una nación que
les había maltratado durante siglos. Van con todo lo que tienen: con su
crueldad, con su valentía, con su brutalidad... Persiguen una
ambición y sin pretenderlo crean un mundo nuevo».
Yanes no le corrige. Al revés, le dobla la
apuesta. «Aquello», se refiere en general a lo que el tiempo y los libros de
Historia han dado en llamar Conquista, «fue una mezcla de todo. Hubo
crueldad y generosidad. Fue un episodio de nuestro pasado tan
fascinante como horroroso, tan épico como cruel». Y al llegar aquí se para,
reflexiona y sigue: «Pero es muy complicado pretender asimilar el pasado desde
el presente. La vida del siglo XVI en algunas cosas era muy parecida a la
nuestra, pero en otras no tenía nada que ver. Pienso, por ejemplo, en el
concepto de la vida y de la muerte... Algo que nos puede
parecer extremadamente cruel a nosotros, a aquella gente le importaba una higa.
Se mataban cara a cara. El afán de supervivencia lo presidía todo. Todo era
incierto. Hay que pensar que la vida era muy corta, que una persona con 30 años
era ya un viejo».
FUENTE: ELMUNDO.ES
FUENTE: ELMUNDO.ES
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