viernes, 10 de noviembre de 2017

ORO


       Cartel anunciador de ‘Oro’, la película de Agustín Díaz Yanes, que hoy llega a los cines. / Sony Pictures

Agustín Díaz Yanes y Arturo Pérez-Reverte vuelven a colaborar para dar vida a  "Oro" , la película que hoy se estrena.

Oro trata de la selva, de eso y del choque de dos mundos: el Nuevo y el Viejo. Un grupo de hombres parte camino de una ciudad construida precisamente con el material que da forma a los sueños. A cualquiera de ellos. Cuando partan los desesperados (entre ellos andaluces, extremeños, castellanos, navarros y hasta algún que otro aragonés), pronto se darán cuenta de que están solos. En el más radical de los sentidos. Se odian, la naturaleza de la selva les devora y el nuevo virrey los quiere muertos. Apurando, se podría ver hasta una bonita metáfora de la misma España siempre extraviada, siempre hambrienta de su propia inquina. 

Decíamos que a Agustín Díaz Yanes y a Arturo Pérez-Reverte les ha vuelto a unir Oro (antes lo hizo Alatriste, 2006), que no es más que una película del primero basada sobre un texto inédito del segundo. Oro no es más que una historia perdida en la selva amazónica del siglo XVI, cuando los hombres, los españoles de nombre Pérez y Díaz para ser más precisos, se imaginaron gigantes. «Mi idea cuando escribí el relato», comienza Reverte, «era contar por qué ocurrió lo que ocurrió, quiénes eran esos tipos que hicieron lo que hicieron en América. Era gente dura de una tierra dura, desesperada, sin nada que perder y todo por ganar. El Nuevo Mundo era la oportunidad de irse lejos con las manos vacías y volver convertidos en hidalgos a una nación que les había maltratado durante siglos. Van con todo lo que tienen: con su crueldad, con su valentía, con su brutalidad... Persiguen una ambición y sin pretenderlo crean un mundo nuevo».

Yanes no le corrige. Al revés, le dobla la apuesta. «Aquello», se refiere en general a lo que el tiempo y los libros de Historia han dado en llamar Conquista, «fue una mezcla de todo. Hubo crueldad y generosidad. Fue un episodio de nuestro pasado tan fascinante como horroroso, tan épico como cruel». Y al llegar aquí se para, reflexiona y sigue: «Pero es muy complicado pretender asimilar el pasado desde el presente. La vida del siglo XVI en algunas cosas era muy parecida a la nuestra, pero en otras no tenía nada que ver. Pienso, por ejemplo, en el concepto de la vida y de la muerte... Algo que nos puede parecer extremadamente cruel a nosotros, a aquella gente le importaba una higa. Se mataban cara a cara. El afán de supervivencia lo presidía todo. Todo era incierto. Hay que pensar que la vida era muy corta, que una persona con 30 años era ya un viejo».

FUENTE: ELMUNDO.ES















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