Matilda, Quentin Blake, ilustrador de los libros de Roald Dahl |
Entre las
numerosas celebraciones y conmemoraciones de este 2016 que pronto va a
finalizar hoy queremos llamaros la atención sobre el centenario
del nacimiento de uno de los grandes de la literatura infantil del siglo XX,
Roald Dahl, un
autor que siempre se situó a la altura de los niños, sin condescendencias cursis, moralina
de ningún tipo, asumiendo incluso que el aprendizaje de la vida que conlleva la
infancia está sembrado de crueldad, aunque el tono en que lo explique sea ligero y juguetón, aparentemente inofensivo. A pesar de
todo ello es un autor que sigue gozando del favor del público, como prueban las
novedades en torno a este autor aparecidas recientemente o las repetidas
reediciones de su obra.
Está claro
que los niños lo adoran, pero en el mundo ordenado de los adultos -aquel que
sostiene que los cuentos deben ser aleccionadores- no han dejado de sonar
las alarmas frente a la vertiente más transgresora del autor. No es raro
tratándose de alguien capaz de inventar una historia tan divertida e
inquietante como 'La maravillosa medicina de Jorge', en la que el
niño protagonista inventa una poción que acaba haciendo desaparecer a su
refunfuñona abuela mientras la familia llega a la conclusión de que sin la
'buena' señora se vive mucho mejor.
El resto
de sus ficciones infantiles más conocidas transitan por ese tipo de
terreno nada complaciente: 'Charlie
y la fábrica de chocolate' (con niños insoportables que reciben su
merecido ajuste de cuentas), 'Matilda' (esos
odiosos padres cuya mejor acción es abandonar a una hija a la que desprecian), 'James y el melocotón gigante' (con
unas tías que lo torturan psicológicamente y acaban muriendo aplastadas), 'Las brujas' (que
le valió fama de misógino),'El gran gigante bonachón' (recientemente
adaptada por Spielberg como Mi amigo el gigante, en la que el rapto de una niña es
mostrado como algo positivo). En el fondo lo que hace Dahl es modernizar los
viejos cuentos de hadas, crueldad implícita incluida, y ahí están esas
pruebas a las que se enfrentan los héroes, reflejo simbólico de las dificultades
de la vida.
Aseguran que no era muy simpático. Él acabó acostumbrándose a la idea de
que sobre todas las cosas era un escritor infantil, tan bueno como para que los
mayores puedan leerlo comprendiendo cosas a las que quizá no acceden los pequeños.
FUENTE DEL TEXTO: ELPERIODICO.ES
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